El cura católico de Auschwitz
Nació en un pueblecito de Polonia que no tenía ni iglesia. A los 11 años ingresó en los Salesianos. En este ambiente recorrió su camino personal de santidad como imitador de Domingo Savio: Puedo y quiero ser santo. Debo ser un Salesiano santo, como santo fue mi padre Don Bosco.
Tras la ordenación sacerdotal (1938), fue secretario del Inspector. Pero sin olvidar la pastoral con los jóvenes. Esto llamó la atención de los nazis. En junio de 1941 entró en el campo de concentración de Oswiecim (más conocido por su nombre alemán: Auschwitz) que convirtió en su «campo pastoral».
Unió su sufrimiento a una hábil atención a los compañeros, sobre todo para confortar su esperanza y sostener su fe. A pesar de la severa prohibición, absolvía a los moribundos, confortaba a los desanimados y a los que esperaban la sentencia de muerte, animaba la oración, ayudaba a los necesitados, llevaba clandestinamente la comunión y hasta lograba celebrar la Santa Misa en los barracones. En aquel campo de muerte, en el que, según la expresión de los jefes, no estaba Dios, lograba llevar a Dios a sus compañeros de prisión.
Un día, el más despiadado de los verdugos le pilló con un rosario. “¡Písalo!”, le gritó. Don José permaneció inmóvil. Inmediatamente fue separado del grupo y trasladado al batallón de castigo, donde le apalearon. Al volver a la celda dijo a su compañero: “Arrodíllate y reza conmigo por todos aquellos que nos asesinan”. Luego vinieron a buscarle: “Cómete mi trozo de pan, yo ya no lo voy a necesitar”. Dichas estas palabras se dirigió conscientemente a la muerte.
Esa noche (3-4 de julio de 1942) mataron a muchos. Uno de los esbirros gritó: «¿Dónde está el cura católico? Que les dé su bendición para el viaje a la eternidad». Don Kowalski se arrodilló y santiguándose, comenzó a recitar lentamente con voz alta el Padre Nuestro, el Ave María, el Sub tuum praesidium y la Salve Regina. Acurrucado en la hierba un joven estudiante (Tadeusz Kokosz) susurró al vecino: «El mundo todavía no ha oído una oración semejante…, quizá ni en las catacumbas se oraba así».
Luego, fue ahogado en la cloaca del campo. Tenía 31 años.
Fue beatificado por san Juan Pablo II el 13 de junio de 1999.
José Antonio Hernández, sdb
Delegado inspectorial de Familia Salesiana en SSM

Dibujo: Paco Fuentes, sdb
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