La madrecita buena
Nacida en la zona alpina de Lombardía (Corteno Golgi) crece entre campos y cabras. Su padre le llama el me car taramòt (mi querido terremoto). Leyendo el Boletín Salesiano quiere ser Salesiana y misionera. Sus padres y el párroco le dicen que espere.
Con 25 años profesa en las FMA. Durante la Primera Guerra Mundial trabaja como enfermera en el hospital militar de Varazze. Esto marcará su vida. Con 39 años puede cumplir su segundo sueño: va de misionera a Ecuador (1922). Nunca volvería a Italia.
El viaje desde la costa ecuatoriana hasta la misión de Méndez es una odisea de película: ríos, puentes de lianas, subir a 3000 metros, abrirse camino machete en mano… y conseguir un salvoconducto de entrada. Los shuar (jíbaros) les esperan. El brujo de la tribu no ha conseguido curar a la hija del jefe. Si los misioneros quieren pasar tendrán que curarla. O morirán todos. Sor María Troncatti cura a la niña y la noticia corre por la selva: Ha llegado una mujer blanca más bruja que todos los brujos. Paso libre para ella y sus acompañantes. Cuatro días más y llegan a Macas.
Durante 47 años, sor María será “el hospital”: dentista, enfermera, ortopedista… pero, sobre todo, catequista y madrecita. Siempre disponible para curar los cuerpos y para interesarse por las almas. Ante todo, preocupada por formar a las mujeres. En pocos años consigue el primer matrimonio católico shuar, libre, por amor, sin imposiciones tribales (1930). Luego vendrán cientos.
Sufre con las continuas guerras entre pueblos y con los dos incendios que arrasan la misión y el hospital de madera y paja (hasta los 70 años no tendrá uno de verdad). Pero su bondad puede con todos. Cuando la ven montar a caballo le dicen: ¡Madrecita, vuelva pronto! Y escribe a Italia: ¡Si vierais cómo me quieren!
Con 80 años tiene que jubilarse y dejar el hospital en otras manos. Pero ella sigue siendo la madrecita, la abuelita buena de todos. Sus dos sueños se vieron cumplidos: religiosa y misionera. Y María Auxiliadora le dio un premio más: ser madre de una gran familia que era escuela de vida y amor.
José Antonio Hernández / Dibujo: Paco Fuentes
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