Hubo un tiempo en que estaba de moda el árbol genealógico, una manera simpática de presentar la historia de la propia familia. Tenía enorme resonancia, tanto bíblica como humana. El símbolo del árbol con raíces, ramas y hojas, alimentado por una misma y única savia vital, da el sentido del juego de vínculos que enlazan la familia “de sangre”. Desde el punto de vista bíblico, la genealogía se remonta en el tiempo a los progenitores, y a Dios como anillo engendrador. El árbol genealógico, por lo tanto, era una forma para percibir que Dios nos había querido como una madre quiere a su hijo, el cual se siente seguro porque tiene a muchos que lo protegen. Pero la familia patriarcal ha desaparecido; hoy está reducida a una pequeña “célula”, encerrada a veces en sí misma. Tíos y primos constituían puntos de apoyo y desahogo, que hoy cada vez se “perciben” menos.Los hijos, que inesperadamente tienen que vivir solos por la desaparición, el divorcio o la separación de sus padres, logran superar la crisis y hallan nuevamente el equilibrio gracias a la presencia de parientes cercanos que representen la continuidad familiar y un puerto seguro. La presencia de estos parientes, transformada en asistencia y consejo, es importante para ayudar a los hijos a comprender la preeminencia del afecto sobre el interés. El círculo del parentesco permite compartir alegrías y dolores, responsabilidades y “secretos”. En los parientes los niños sienten el consuelo de la solidaridad y no el duro juicio de los extraños. Desde el punto de vista educativo, la cosa más importante es capacitarse a la “fraternidad” y a la convivencia: tíos y primos son indispensables para esta tarea. Pero hoy parece que se le tenga miedo a la familia con varios hijos: “Aún no ha nacido mi segundo hijo y me asustan los celos del primero; yo cuando pequeña sufrí mucho por eso…”. Los celos entre hermanos, con las consiguientes peleas, venganzas, represalias, lágrimas, no es algo que deba preocupar solamente a los padres: están involucrados también los educadores y los parientes cercanos.Los celos son sentimientos naturales. Quien ama, tarde o temprano experimenta estos sentimientos, que nacen del deseo de “poseer” totalmente el objeto amado. Nadie es “malo” solamente porque sienta celos. Quien se deja dominar por ellos, es el que no ha aprendido a amar debidamente. Los celos son una etapa del crecimiento que se debe superar. Hay adultos que se han quedado estancados ahí y lo manifiestan en forma embarazosa y a veces dramática. El niño debe ser ayudado por sus padres y parientes a salir del enredo de las relaciones exclusivas. Tíos y tías juegan en ello un papel decisivo.La familia es una constelación en la cual todas las estrellas son importantes. Algunos niños son muy celosos porque están acostumbrados a considerarse pequeños tiranos absolutos. En este caso los parientes, menos tiernos que los padres, pueden ayudar a dirigir el crecimiento en la justa dirección, ofreciendo al niño la posibilidad de constatar que se puede recibir afecto también en formas diversas y de personas diversas. Pero no conviene encasillar nunca a los niños en un papel: el llorón, el distraído, el mentiroso, el estudioso… Ni padres ni parientes deben hacer palanca sobre esto. Puede resultar peligroso.En caso de conflictos o fuertes rivalidades entre niños es importante fijar reglas. La primera es sencilla: no hay obligación de compartirlo todo o de jugar siempre juntos, pero todos tienen que respetarse mutuamente. Los parientes, primeros colaboradores de los padres, pueden enseñar a los niños las normas fundamentales de la convivencia. Sin entrometerse en todo conflicto, deben estar atentos para proteger la incolumidad física del pequeño y el mundo interior del mayor, que puede quedar conmovido por la violencia de sus propios sentimientos agresivos, especialmente si no ha aprendido a controlarlos. En nombre de una sana rivalidad, a los niños se les deja cada vez más la libertad de chocar con hermanos y primos. Cualquier familiar que los vea pelearse, debe hacerles comprender que entiende sus sentimientos y resentimientos, pero no les puede permitir que se hagan mutuamente daño ni con hechos ni con palabras.Conviene eludir el juego “¿de quién es la culpa?”, porque es casi imposible salir de él. Y es necesario evitar, en los reproches, los adjetivos “mayor” y “pequeño”, como también los excesos de “reparto justo”: una par ;i>condicio muy rígida no es siempre lo mejor. Lo importante es ayudar a cada niño enseñándole con paciencia a hacer lo que es justo y a evitar lo que es erróneo. Este cuidado hace saltar el resorte del amor familiar, que es uno de los sentimientos más placenteros de la vida. Pero hoy encontramos, cada vez con mayor frecuencia, familias “ampliadas”: entran a formar parte de la parentela otro padre u otra madre, otros abuelos y/o, también, la novia de papá… Es el capítulo de la crisis. Hablaremos de ello.
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