Entrevista a Sergi Rodríguez
P.- ¿Cómo, cuándo conociste a Don Bosco?
R.- A los cinco años, al matricularme en el colegio salesiano del Santo Ángel, cuyas instalaciones acogen hoy la Escuela Universitaria Salesiana de Sarriá. Aunque debería decir desde siempre, ya que le conocí en casa, pues mi padre fue alumno del Colegio Salesiano de Rocafort. Recuerdo cómo un día, al concluir una eucaristía en la parroquia de María Auxiliadora, al lado de casa, a mi padre se le humedecieron los ojos. “Hoy te he presentado a María Auxiliadora”, me dijo. Apenas tenía seis años… y hasta ahora.
P.- ¿Cómo valoras esta iniciativa de preparación al bicentenario de su nacimiento? Y, ¿para qué, según tu opinión, puede servir esta celebración para la Familia Salesiana?
R.- Como todo aniversario, debe constituir un punto de inflexión. Hay un antes y un después de la celebración. De entrada, supone un motivo para dar gracias por el carisma recibido y por la labor desarrollada. Pero constituye una ocasión privilegiada para reflexionar en qué medida la experiencia original de Don Bosco se encarna en el contexto actual y continúa siendo significativa para educadores, familias y, sobre todo, para los jóvenes. Lo importante es que, tras el bicentenario, la Familia Salesiana tenga una hoja de ruta sobre qué significa vivir la fe, desde una espiritualidad laical, en modo salesiano.
P.- ¿Qué te llamó la atención de su pedagogía, su estilo educativo?
R.- Don Bosco era un genio de la pedagogía. Supo crear ambientes de acogida donde, desde la proximidad, ayudar a los jóvenes a crecer como creyentes, como profesionales, como ciudadanos y, en definitiva, como personas. El centro salesiano, sea del tipo que sea, es casa, aula, patio e iglesia, donde se educa y evangeliza en cualquier contexto, formal o informal. Don Bosco, al introducir la dinámica de los sentimientos, no sólo de la razón, se anticipa a los descubrimientos de la psicología en el siglo XX.
P.- ¿Y de su espiritualidad?
R.- Sincera y comprometida. La espiritualidad salesiana promueve una vivencia directa de la fe, sin artificios, que se despliega en la construcción de comunidades donde se comparte la cotidianidad en clave fraterna. La casa salesiana es una gran familia. Y es, al mismo tiempo, una espiritualidad comprometida, que encuentra el rostro de Dios en las necesidades ajenas. Cuando más aire se coge, más se expira. De ahí que, al ser una fe sincera, se expresa en el compromiso con los más necesitados, que no son exclusivamente los que carecen de cosas materiales.
P.- ¿En qué aspectos, te parece, es actual el carisma de Don Bosco?
R.- Me parece plenamente actual. No es una respuesta de compromiso. El vacío interior, el egoísmo desmesurado, la ruptura de vínculos… ayudar a superar ese tipo pobrezas humanas y espirituales mediante la acogida, el acompañamiento o la alegría en clave comunitaria puede ser una de las grandes aportaciones salesianas al concepto de “Iglesia de campaña” del papa Francisco. Niños, jóvenes, adultos o mayores necesitan de un entorno afectivo donde desarrollarse.
P.- Se habla mucho de “emergencia educativa”. Benedicto XVI nos decía a los salesianos que no dejásemos nunca el campo de la educación. ¿Tan importante es?
R.- La educación es esencial. El Concilio Vaticano II la califica de “decisiva en la vida del hombre”. Lo que sucede en los primeros años de un hombre o una mujer le condicionan como persona para siempre. La crisis actual ha evidenciado la falta de un horizonte de valores que estructure a las personas y que sirvan de sustento a las sociedades. Sin educación en valores hay sólo consumidores y, a lo sumo, técnicos sin corazón. Una educación que capacite como profesionales al tiempo que construye como personas, que armonice lo individual con lo colectivo, es la mejor aportación salesiana al progreso social contemporáneo y a la construcción de un mundo de justicia y paz.
P.- ¿Qué aspectos, a tu juicio, deberíamos potenciar más, los salesianos, en relación con la educación y evangelización de los jóvenes, mirando a Don Bosco?
R.- Tengo siempre muy presente la Carta de Roma de 1884. Por muy complejas que sean las estructuras, por pocos salesianos que haya para animarlas, una casa salesiana deja de serlo si no hay proximidad, alegría o confianza. Se despersonaliza y deshumaniza. La espiritualidad salesiana se encarna en la figura del educador, sea en un ambiente escolar, parroquial, social o de tiempo libre. Los procesos educativos son fecundos cuando se hace presente en el día a día, cree que en todos hay algo de positivo y sabe insuflar razones para la esperanza.
P.- ¿Qué aspectos de la vida, espiritualidad, te parecen que pueden ser ejemplo, modelo, para un Antiguo Alumno?
R.- Ahí hay una gran labor pendiente. Don Bosco consideraba a sus antiguos alumnos los frutos más preciados del Oratorio. Les sentía como un apoyo en la sociedad civil y, aún más, como instrumentos educativos y evangelizadores en ese mundo exterior al Oratorio, partiendo de vínculos fraternos entre ellos. El movimiento de Antiguos Alumnos de Don Bosco debe ser capaz de crear, con base en la casa salesiana pero aspirando a trabajar fuera de ella, comunidades de personas que, conscientes de los valores recibidos en la educación salesiana, continúan apoyando las obras salesianas y viven esos valores en su entorno más inmediato. Transformar la nostalgia en compromiso es el gran reto. El reencuentro debe ser el punto de partida, no la finalidad de una asociación.
P.- Cuando hablamos de espíritu, estilo, carisma, salesiano, es fácil aplicarlo al ámbito educativo, a las comunidades religiosas, pero, ¿y a las familias?
R.- La familia, como primer entorno educativo, es un espacio prioritario para encarnar el carisma salesiano. Hay que ayudar a transformar las casas en hogares. Una familia es mucho más que un grupo de personas que coexisten bajo un mismo techo. Aceptarse, compartir o ayudarse son acciones básicas que encuentran en el estilo de Don Bosco un motor único. La casa familiar y la casa salesiana son modelos que se retroalimentan.
Fco. Javier Valiente
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