La inmigración representa en nuestros días un fenómeno de enormes proporciones que afecta de diversas maneras a la sociedad contemporánea. Son múltiples los factores que lo acompañan y ponen de manifiesto su compleja problemática. Se suele enfocar el fenómeno con criterios diversos y las posturas que se adoptan ante él -diversas y encontradas-, van desde la actitud respetuosa y solidaria hasta la más visceral de las reacciones, cercana, a veces, a la xenofobia. Puesto que el fenómeno migratorio afecta a la totalidad de la persona, incluye también el factor religioso, propio del ser humano. Desde esta perspectiva intentamos hacer unas consideraciones en clave cristiana, a partir de un pensamiento bíblico. Según el profeta Isaías, Dios quiere reunir en torno a sí a todos los pueblos y lenguas (cf. Is 66, 18). Ello supone para el creyente abrir el corazón a todos y dilatar su horizonte de miras, lo que no excluye la necesidad de disipar temores y soslayar riesgos de diversa índole que giran en torno a la inmigración. Pero la actitud de fondo del cristiano se inspira en la misma actitud de Cristo que se entregó para que todos disfrutaran de la filiación divina. Juan Pablo II, en su Mensaje para la Jornada del Emigrante y del Refugiado, nos lanzaba el pasado mes de enero un reto claro y audaz: “Los cristianos deben ante todo escuchar el grito de ayuda que lanzan tantos inmigrantes y refugiados, y luego promover, con un compromiso activo, perspectivas de esperanza, que anticipen el alba de una sociedad más abierta y solidaria. A ellos, en primer lugar, corresponde descubrir la presencia de Dios en la historia, incluso cuando todo parece estar aún envuelto en las tinieblas”. Desde la fe;/strong> La Iglesia, sensible al fenómeno migratorio, consciente de los problemas que puede conllevar, nos invita a tomar postura ante él inspirándonos en el mismo amor de Cristo a los emigrantes. Así, el 3 de mayo del 2004, vio la luz la Instrucción “El amor de Cristo para con los emigrantes” («Erga migrantes caritas Christi»). Con ella es posible contrastar las propias ideas y opiniones al respecto y adquirir una visión adecuada de lo que, a la luz de la fe, es propio de la actitud cristiana ante los hermanos inmigrantes. He aquí unas breves referencias, inspiradas en la citada Instrucción, para formarse un criterio acertado respecto al fenómeno migratorio y adoptar ante él la postura propia de discípulo de Cristo. ;img src=Marcas/RomboA.gif> Ante la inmigración es necesario atenerse a un criterio adecuado y responsable. ;img src=Marcas/RomboA.gif> El creyente se forma dicho criterio desde la perspectiva de la fe. Ella descubre en los emigrantes la imagen de Cristo que dijo: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35). ;img src=Marcas/RomboA.gif> Los cristianos favorecen la integración de los inmigrantes, en cuanto promotores de la cultura de la acogida, que aprecia los valores auténticamente humanos de los otros, por encima de las dificultades que puede suponer la convivencia con quienes son distintos. ;img src=Marcas/RomboA.gif> El cristiano es consciente de los problemas que pueden surgir con la inmigración. Pero el genuino espíritu cristiano de acogida inspirará el estilo y dará el valor necesario para afrontar los problemas emergentes y encontrar la forma de superarlos en la vida diaria. Concluyendo: la fe descubre el rostro de Cristo en el inmigrante. Esto mueve al cristiano a ser acogedor y a buscar la manera de prevenir o resolver los inconvenientes que puede acarrear una inmigración indiscriminada.
Jesús Guerra
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