Muy temprano, provisto de pasaporte, Don Bosco hizo testamento ante un notario madrugador, calculó que podrían llegar a la estación a pesar de que las calles estaban cubiertas por tres palmos de nieve, recogió encargos para el Papa y se despidió de sus amigos y muchachos que no podían evitar las lágrimas ni los temores. ¿Volverían a verle? Era el 18 de febrero de 1858 y no volverían a Turín hasta el 16 de abril. ¡Dos meses! Primer viaje a RomaEl primero de los veinte viajes que hizo Don Bosco a Roma quedó fijado por su acompañante, el joven Miguel Rua, en una crónica rica y cálida. Apenas subieron al tren que los llevaba a Génova, entabló Don Bosco conversación – y amistad – con un niño judío de unos diez años que, al bajar en Asti, se despidió de él llorando. En los dos días que estuvieron en Génova residieron en la obra llamada de los “Artigianelli”, con los que trabó una amistad que se convirtió en tristeza cuando se iban para embarcar en el Aventino que los llevaría, en el segundo tramo del viaje, hasta Civitavecchia. Un grupo de ellos los acompañó hasta el puerto, tomaron una barca y los llevaron, entre sus risas y el susto de nuestros dos viajeros, hasta el barco. El viaje por el mar hasta Livorno primero y después hasta Civitavecchia, fue un tormento para Don Bosco. Tuvo que pasarlo en cama sin más que un té de vez en cuando y las continuas atenciones de Rua y de Charles, un simpático joven francés, camarero del barco, con el que trabó amistad enseguida. Los 85 kilómetros entre aquel puerto y Roma los hicieron en diligencia. A unos 20 del punto de salida, en Palo, junto al mar, pararon para comer. Don Bosco se fijó en que el hombre que les había servido fue a sentarse en un rincón, envuelto en una manta con una cara que parecía – escribió el cronista – “la imagen de la muerte”. Cuando se acercó a la mesa y se presentó como el dueño del mesón, aquejado por una dolencia de estómago, Don Bosco le recomendó que rezase a la Virgen durante algún tiempo y le escribió una receta para el farmacéutico (a la vuelta, el 14 de abril, lo encontró totalmente repuesto; y veinte años más tarde fue a agradecérselo a Turín). En el mismo mesón encontró a un guardia pontificio. Ambos creyeron ser viejos conocidos sin serlo. Pero la aclaración de ello sirvió para entablar otra amistad La esencia de la amistadEstá claro que <Font color=336699>un rasgo notable de la personalidad de Don Bosco era su condición de amigo. Pienso que la amistad era la médula de sus relaciones, la fuente de su modo de educar, la esencia de su “salesianidad”. El porqué de esta realidad está en que Don Bosco se propuso vivir vitalmente la propuesta de Jesús. Y la imagen de esa propuesta es la del samaritano que da la vida por el amigo. “Si queremos intimar con algo o con alguien, tomemos primero el pulso de su vital melodía y, según él exija, galopemos un rato a su vera o pongamos al paso nuestro corazón”, aconsejaba Ortega y Gasset.Por eso afirmar que Don Bosco, igual que otros santos, vivió la esencia de la amistad -que es la entrega a los otros como programa y vida de Jesús a los suyos- es proponernos el mejor camino para algo que nos parece que cuesta mucho, pero que él y los demás santos lograron y nosotros podemos lograr: ir poco a poco acogiendo lo infinito en lo finito, llegar a Dios en los demás (esposa, esposo, hijos, alumnos, niños, adolescentes, jóvenes…) a los que queremos y servimos y por los que damos la vida.
Alberto García-Verdugo
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