Lo que hay en Alejandrina da Costa es un silencioso respeto a su propia verdad y condición. Ella va a ir sabiendo, poco a poco, que es un ser amable, sencillo, lírico en sus gestos y en sus palabras. En tierras portuguesas, cuando anduvo quemando en vida el pequeño bosque de su existencia de apenas cincuenta años, Alejandrina fue antes que nada, un espejo limpio. Parecía lo que era. Y era, más que cualquier otra cosa, un modelo de fidelidad interior. Poca palabra, excelsa palabra, palabra de verdad en todo momento y un silencio fecundo que envolvía a su vida y la custodiaba para la intimidad con Nuestro Señor. Alejandrina ha cumplido los catorce años y se ha convertido en una hermosa muchacha. Muchos, cuando pasa, se vuelven para mirarla. El amo que la tuvo a su servicio cuando tenía doce años se encapricha con ella y, hombre brutal, se empeña en entrar en su casa acompañado de otros dos desgraciados. Destrozadas las puertas de la casa, Alejandrina mira alrededor, ve la ventana abierta y se arroja por ella. Cae pesadamente sobre el jardín desde cuatro metros de altura. Desde entonces es presa de fuertes dolores y obligada a estar en cama durante largos periodos. El médico de Oporto, Juan de Almeida, le dice con claridad a su madre: «quedará paralítica para siempre». Tiene diecinueve años. Es en ese momento cuando «sin saber cómo» se ofrece a Dios como víctima por los demás. En 1931 Jesús le invita a inmolarse junto a Él, sugiriéndole el camino: amar, sufrir, reparar. En 1936 oye que Jesús le dice: «Ayúdame a salvar a la humanidad». Alejandrina está encontrando su momento, habiendo sido una de las chicas de su generación con más presencia de alma y cuerpo, con más sustancia de ama de casa, con más color de mujer. Seguramente la mejor o la única, y con buen humor. El 3 de abril de 1942 está grave. Le administran los últimos sacramentos. Y ella entra en una muerte mística, tremendamente dolorosa. Comienza el ayuno total. Vivirá sólo de la eucaristía hasta su muerte en octubre de 1955. Alejandrina da Costa fue una mujer que hizo oficios de hombre. Tiene una personalidad intensa, un cuerpo paralizado, una cabeza de varona fuerte, que en su madurez queda dolorosamente atenuado, aunque ella no quiera, ay. Siempre mujer sola y fuerte, ay. ¿Sola? No digo si es buena o mala contemplativa. Por supuesto que es buena. Sólo digo que es de esa raza de las personalidades fuertes que se imponen en la historia del cristianismo. Nunca una belleza tan perseguida había dado tanto temperamento, tanta conducta, tanta fe, tanto amor a Dios. Quizá en Teresa de Ávila. Quizá en Catalina de Siena. Quizá. Llena las calles, las plazas, del pequeño Balazar. Llena los rumores de Oporto, Lisboa, Mogofores, El Vaticano. Llena el papel de la profecía, que generalmente está vacío. El 6 de mayo de 1955 se apaga por la noche murmurando: «No pequéis. El mundo no vale nada. Esto es todo. Recibid a menudo la comunión. Rezad el rosario cada día, hasta vernos en el cielo». Había nacido en Balazar, Oporto, el 3 de marzo de 1904.Alejandrina da CostaY el Verbo se hizo vivoholocausto en tu carne y en tus huesos,Alejandrina; y tu existencia erala de un alma que vive de la sangredel Espíritu, mística tu vida,aire en el aire vivo de tu vuelo.El Cazador, al fin, te abrió su manoy dijo: «Este tesoroes para mi familia y mis amigos».Y, desde entonces, eres nuestra hermana,de la misma familia que nosotros,acogida en la casa de Don Bosco,doctora en el dolor y en el amor…Bienvenida a tu casa, a nuestra casaa enseñarnos tu espíritu de entrega,de vida contra todo lo que es muerte;de gozo contra todo lo que es triste;de entusiasmo y de pazcontra todo cansancio; de esperanzacontra todo sentido de derrota…Contigo damos gracias al Espírituque nos ha regalado tu preciosa sonrisa, seña de tu santidad,ese inmenso tesorocaído como lluvia en nuestra tierra.
Francisco Rodríguez de Coro // Rafael Alfaro
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