Alma González Cenamor nació en Madrid hace 32 años. Estudió magisterio y psicopedagogía, y trabaja en este campo. En octubre de 2004 se marchó como voluntaria de la ONG salesiana Jóvenes del Tercer Mundo a Itocta, en Cochabamba, Bolivia, donde trabajó en el internado de niñas huérfanas que tienen allí las Hermanas del Divino Salvador. Regresó el 10 de mayo de 2005. Estar en el Hogar María Auxiliadora, en Itocta, ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida. Ha sido una vivencia que me ha ayudado a crecer tanto personal como espiritualmente. Ha enriquecido tanto mi vida que he logrado conocerme más y llevar, en ocasiones hasta el límite, el espíritu de lucha por hacer crecer a aquellas niñas. Eran 54 niñas, de edades comprendidas entre 5 y 19 años, muy especiales. Niñas de caras doradas por el sol, de ojos chispeantes, de risa chistosa y llanto fácil, cuando necesitan desahogarse… y que a pesar de cargar con una historia personal dura, rebosan sabiduría y amor. Merecen lo que reclamaría cualquier niño, adolescente o joven: el ser y estar ahí para alguien, para el mundo. Recuerdo que me recibieron con flores en el aeropuerto, no permitieron que cargara ningún bulto. Me asombró su disposición, su cariño… aunque también me miraban con cara rara, a saber lo que estaba pasando en esos momentos por su cabeza… Era asombroso cómo niñas entre 8 y 10 años, lavaban su ropa perfectamente ¡mejor que yo!, hacían su limpieza, colaboraban en la cocina, hacían pan, manualidades y jugaban, demostrando una gran capacidad creativa e inteligente. Cada día nos levantábamos a las 6, a veces hacía frío pero, excepto las más dormilonas y sobre todo las más pequeñas, saltaban rápido de la cama, impacientes por vivir el nuevo día. Desayunaban y después, algunas ellas iban a clase, el resto limpiaban, lavaban la ropa y hacían sus tareas. A la hora del almuerzo el hambre también las hace reír. Después de comer, unas iban al cole y el resto hacían lo mismo que por la mañana. Al regreso del colegio, todas recogían ropa seca y rezaban por el mundo. Era impresionante. Vivir con ellas me hizo recordar mi infancia y adolescencia: lo que hacía y sentía cuando era como ellas, lo que necesitaba… y lo importante que es para una niña que alguien le preste atención en un momento determinado o le diga lo importante que es. Aunque en ocasiones empezar el día para ellas ya era duro, terminarlo lo era aún más, había que intentar superarlo y acompañarlas para hacerlo más llevadero. Compartir estos meses con ellas ha sido para mí el privilegio más grande del mundo, nunca podré olvidarlas y mi corazón rebosa su amor… no encuentro manera de agradecer al cielo y a JTM todo lo que he recibido allí. Ahora tengo una gran familia en Itocta, también.

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