“Cuando el matrimonio se asume como una tarea, que implica también superar obstáculos, cada crisis se percibe como la ocasión para llegar a beber juntos el mejor vino. Es bueno acompañar a los cónyuges para que puedan aceptar las crisis que lleguen, tomar el guante y hacerles un lugar en la vida familiar. Los matrimonios experimentados y formados deben estar dispuestos a acompañar a otros en este descubrimiento, de manera que las crisis no los asusten ni los lleven a tomar decisiones apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando el oído del corazón (Amoris laetitia, 232).
Todo el capítulo sexto de Amoris laetitia está dedicado a perfilar algunas perspectivas pastorales del matrimonio y de la familia. Su centro es el acompañamiento. Francisco manifiesta su importancia y necesidad y se fija de manera particular, en tres momentos: el acompañamiento durante los primeros años del matrimonio, en los momentos de crisis y tras rupturas o divorcios.
Acompañamiento en los primeros años de matrimonio
El matrimonio no puede entenderse como algo acabado. El sí de los esposos en su boda es el comienzo de un proceso, que necesita de acompañamiento para ser capaz de superar crisis, problemas y dificultades.
El camino implica pasar por distintas etapas: “del impacto inicial, caracterizado por una atracción marcadamente sensible, se pasa a la necesidad del otro percibido como parte de la propia vida. De aquí, al gusto de la pertenencia mutua, luego a la comprensión de la vida entera como un proyecto de los dos, a la capacidad de poner la felicidad del otro por encima de las propias necesidades, y al gozo de ver el propio matrimonio como un bien para la sociedad” (AL 220). Quizá la misión más grande de un hombre y una mujer en el amor sea la de hacerse el uno al otro más hombre o más mujer. Hacer crecer es ayudar al otro a madurar en su propia identidad.
En el acompañamiento es importante la presencia de esposos con experiencia, que ayuden a los más jóvenes. Ofrecen también un precioso apoyo las asociaciones y movimientos eclesiales. Pueden ayudar a los matrimonios jóvenes a aprender a encontrarse, a detenerse el uno frente al otro, a compartir momentos de silencio, reflexión y oración, a crecer en la fe. Todo ello requiere tiempo. El amor necesita tiempo disponible y gratuito para dialogar, para abrazar sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, mirarse, valorarse y fortalecer la relación.
Acompañar en las crisis y dificultades
La vida de una familia está surcada por crisis de todo tipo. Es necesario un empeño generoso y prudente para ayudar a aquellas familias que, apremiadas por diversas circunstancias, tienen que afrontar crisis y situaciones difíciles.
La reacción inmediata a la crisis suele ser ponerse a la defensiva, negar los problemas, esconderlos o relativizar su importancia, dejar pasar el tiempo. Sin embargo, esto retarda la solución, consume energías y complica más las cosas. Porque los vínculos se van deteriorando, se perjudica la comunicación y se va consolidando un aislamiento que daña la intimidad. A veces las personas se aíslan, no manifiestan lo que sienten, se arrinconan en el silencio. Así resulta más difícil la comunicación necesaria para poder hacerle frente. Tampoco se acude en estas situaciones al acompañamiento espiritual y pastoral.
En la vida de la familia, hay crisis comunes que suelen ocurrir en casi todos los matrimonios: la crisis de los comienzos, cuando hay que aprender a desprenderse de los padres y a hacer compatibles las diferencias; las crisis de la llegada del hijo, de la crianza, de la adolescencia, que a veces desestabilizan a los padres; la crisis del “nido vacío”, que obliga a la pareja a mirarse de nuevo a sí misma; la que se origina en la vejez de los padres de los cónyuges, que reclama más presencia y cuidados. Todas ellas provocan miedos, cansancios, sentimientos de culpa, que pueden afectar gravemente la unión.
A ellas, hay que añadir las crisis personales, que inciden siempre en la pareja. Pueden surgir de dificultades económicas, laborales, afectivas, sociales o espirituales. Y pueden añadirse circunstancias inesperadas que alteran la vida familiar y que exigen un camino de perdón y reconciliación. “Saber perdonar y sentirse perdonados es una experiencia fundamental en la vida familiar” (AL 236). Hay también situaciones propias de la fragilidad humana, como la sensación de no ser suficientemente correspondido, los celos, las diferencias que surgen entre los dos, los cambios físicos del cónyuge. También ellas son oportunidad para recrear el amor. Cuando en una crisis se tiene la valentía de buscar las raíces de lo que está ocurriendo, es posible llegar a un nuevo equilibrio para caminar juntos en la nueva etapa.
Acompañar tras las rupturas y divorcios
Separaciones y divorcios constituyen una realidad lacerante para la Iglesia. Hay situaciones en los que la separación es inevitable; y, a veces, puede llegar a ser incluso necesaria, cuando se trata de sustraer al cónyuge más débil o a los hijos pequeños de las heridas causadas por la prepotencia y la violencia. Pero debe considerarse como un remedio extremo, después de que otros intentos hayan sido inútiles.
El problema es complejo. Por una parte, está en juego la fidelidad al mensaje de Jesús, que no puede quedar desvirtuado. Por otra, las situaciones de los mismos divorciados son muy diferentes y expresan problemas y conflictos difíciles. Por ello es indispensable un discernimiento particular para acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados y los abandonados. El acompañamiento debe comenzar desde el momento de la ruptura matrimonial y ha de seguir a la persona en su propio itinerario humano y cristiano.
Eugenio Alburquerque Frutos
TESTIMONIO FAMILIAR
La entrega plena en el matrimonio
¿Cuánto? 15 años ya de un “sí” ante nuestra familia, hermanos Cooperadores, amigos, y cómo no, delante de Dios nuestro Padre. Todos siguen caminando junto a nosotros.
Nuestra relación de pareja nació y creció dentro de la Asociación de Cooperadores, es más, los cursillos prematrimoniales tuvieron lugar en casa de Pepe y Charo, un matrimonio de nuestro centro. En el salón de su casa comprendimos que en matrimonios como ellos teníamos un buen ejemplo de vida, un espejo en el que mirarnos. Y sí, nos fuimos con la recomendación del “ratito de sofá” al final del día.
¡Qué fácil la vida de recién casados! Aunque casi sin darnos cuenta, entraron en nuestra vida las niñas: María, Lourdes, Pilar y Covadonga. Una bendición de Dios pero también toda una revolución que hizo que fuéramos adaptando nuestra vida a esta nueva realidad. Nunca han supuesto un freno para participar en la vida de centro ni de la Asociación, pero sí trajo consigo determinadas renuncias. Por turnos nos fuimos quedando en “standby”: uno se dedicaba más a las niñas y el otro podía seguir disponible al 100% a los retos que la vocación nos plantea.
Para nosotros, la palabra clave es renuncia. Optar por un modelo de vida de familia implica renunciar a otras cosas. Es fundamental hablarlo antes, tenerlo claro, ser capaz de dar el primer paso en ceder por la pareja, por la familia. Sí, renuncia, pero al final comprobamos que siempre se recibe el ciento por uno.
A veces con un ritmo de vida tan frenético es difícil encontrar momentos para el encuentro en la pareja. Nosotros hemos convertido los Ejercicios Espirituales anuales en una oportunidad para el diálogo profundo, revisar nuestro proyecto de vida juntos y marcar líneas de futuro.
Desgraciadamente, hemos vivido muy de cerca la realidad de matrimonios rotos. En algunos casos hemos tenido la oportunidad de realizar algún tipo de acompañamiento, pero cuando la vida de la pareja está muy resquebrajada es difícil volver a restaurarla. Por eso, creemos que es fundamental actuar a nivel preventivo.
En este sentido, tenemos la suerte de contar con el Movimiento de Hogares Don Bosco dentro de nuestra Asociación, una magnífica experiencia de pastoral de acompañamiento familiar que debemos revisar y potenciar.
Lourdes de Alarcón y Gonzalo Caso
Salesianos Cooperadores Sevilla-Triana
No hay Comentarios