Noviembre nos sabe a otoño: caída de la hoja, oscuridad… el sol se esconde más pronto y los días, aunque tengan las mismas horas, nos parecen más cortos. Noviembre nos sabe a ocaso, ¿muerte? Los creyentes, en noviembre también celebramos la Vida: la fiesta de todos los santos y recordamos a las personas que dieron el paso definitivo, y ya viven para siempre. Y es que, aunque oscurezca, la noche es pasajera, aparente… porque el sol sigue brillando y alumbrando la tierra –aunque en ese intervalo no sea precisamente tu rincón el que ilumine-. Los primeros cristianos llamaban a Cristo «Sol sin ocaso», «Luz que brilla en las tinieblas»; con Él no hay oscuridad, ni muerte. Pero, ¿nos lo creemos de verdad? ¿Tú, te lo crees, lo saboreas, experimentas? Casi a finales de este mes comenzamos el Adviento, tiempo litúrgico que nos recuerda que Cristo Jesús se «hizo» uno de nosotros, y, el Adviento, además, nos ayuda a renovar la esperanza en su segunda venida. Él, siendo el Sol, la Vida de la vida… quiso hacerse pequeño, frágil… para que nosotros, tú y yo, descubriéramos, de una vez por todas, el amor con que Dios nos ama y, para que, al pasar por esta tierra, no quedáramos «prendidos», «amarrados» a su caducidad. Jesucristo es la imagen perfecta de Dios: Bondad, armonía, misericordia… paz. Este es el camino, esa es nuestra Meta. ¿Por qué temer al otoño, a la oscuridad… a la muerte, si tu destino es la Vida… y, para siempre? Abre tu ventana, contempla, ora, lee con bondad la historia, tu historia… ¿Sientes cómo se ensanchan tus entrañas? ¿Oyes los latidos esperanzados de tu corazón? ¿No ves la Luz brillar en tu interior?
Pilar Moreda
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