Lo cuenta Mundo Negro. Lo perseguían desde hace 20 años. Era el gran jefe de Al Qaeda del Magreb Islámico. Estados Unidos, Francia y Argelia lo buscaban. El sangriento historial de este químico argelino, experto en fabricación de explosivos, le convirtió en el líder de un grupo terrorista. El ejército francés, a comienzos de junio, lo mató. Fue un éxito, pero no ha logrado acallar el terrorismo en el Sahel.
En el Mali, donde hace unos meses asesinaron a un salesiano español, no hay seguridad. Tres grupos yihadistas siguen presentes. El presidente interino pidió auxilio a Francia. Esta nación desplegó todo su poderío militar y en tres semanas desalojó a los radicales que huyeron. Cientos de terroristas murieron, pero muchos se escondieron entre la población civil. Sobrevivieron. Se reorganizaron. Se agruparon convirtiéndose en maquis guerrilleros.
El anclaje local, la capacidad de adaptarse a las nuevas situaciones, la porosidad de estos grupos, su explotación de los conflictos autóctonos en su beneficio, la construcción de un imaginario de rebeldía justa frente a estructuras caducas, capaz de tentar a los más jóvenes han hecho que el terrorismo saheliano siga presente en esta zona.
¿La solución militar resolverá el problema? Parece que no. La pobreza económica, la falta de trabajo para la juventud, la facilidad de ganar dinero matando… colaboran en que la situación actual no sea fácil de erradicar. ¿Hay otras soluciones? La única es el desarrollo económico de esta zona.
La paz se alcanza mejor con desarrollo que con guerras.
José Antonio San Martín, sdb

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