Suele ser recurrente, en diciembre, que aparezcan discusiones sobre la Navidad. Que si nos gustan o no estas fiestas, que si empiezan demasiado pronto, que esto ya no es lo que era…
En la vida de la Iglesia, el mes de diciembre está marcado por dos experiencias fundamentales: el Adviento y la Navidad. El primero, es el tiempo en el que nos ejercitamos en la esperanza. Si os acercáis a las lecturas de la misa de estos días, veréis que van desgranando los motivos por los que el creyente, a pesar de todo y en medio de las circunstancias más complicadas, tiene motivos para la esperanza. La experiencia fundamental es el convencimiento de la presencia de Dios actuando en medio de la vida, leyendo pasado, presente y futuro desde la mirada de Dios misericordioso. Ahí se encuentran razones para la esperanza.
Pasado, presente y futuro que se entremezclan durante las semanas de Navidad. Los cristianos recordamos el nacimiento de Jesús, el Dios-con-nosotros. Más allá de festejos, adornos, campañas comerciales, queremos seguir reafirmando la centralidad del mensaje que cambia nuestra vida: el Dios en quien creemos se ha encarnado, se ha hecho de los nuestros, su historia y la nuestra se entrecruzan, su vida y la nuestra se conectan. Todo lo nuestro, le afecta; todo lo suyo, es cosa nuestra.
Hoy tenemos que hacer un esfuerzo extra para no dejarnos deslumbrar por todo lo que rodea, por otros intereses, la Navidad; para no dejarnos robar, por la sobreabundancia de tantos estímulos externos, el tiempo de preparación de Adviento. Y también ser conscientes de que no podemos pedirle demasiado a estos días. Ni de pronto seremos más buenos, ni todo el mundo se dará abrazos por las calles, ni los problemas familiares desaparecerán por el hecho de juntarnos alrededor de una mesa para la cena de Nochebuena.
Pero sí que podremos dejarnos tocar por el mensaje profundo de estos días, abrir un poco más el corazón a la esperanza, mirar hacia atrás para contemplar nuestra vida. Y habrá, claro, luces y sombras; proyectos realizados y sueños que, tal vez aun con dolor, se han quedado solo en eso; vamos, lo que viene siendo la vida. Pero tendremos una ocasión más para poner todo eso ante el corazón de Dios y llevar, también ahí, a los que tenemos cerca, familia y amigos, y a los que añoramos porque ya no están a nuestro lado.
Por todo ello, feliz Adviento y a vivirlo con esperanza y, para cuando llegue, feliz Navidad y a vivirla desde lo profundo.
Javier Valiente, sdb
director@boletin-salesiano.com

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