“Dios me ha dado un marido y me lo ha quitado –decía mi madre. Al morir me confió a nuestros tres hijos y yo sería una madre cruel si los abandonase en el momento en que tienen mayor necesidad de mí”. Es su respuesta a quienes proponían que lo mejor era que sus hijos fueran entregados a un buen tutor que siempre tendría gran cuidado de ellos. “El tutor –repuso mi madre– es un amigo, yo soy la madre de mis hijos; no los abandonaré jamás, aunque me den todo el oro del mundo”. “La educación es cosa del corazón”. “No basta querer a los jóvenes. Hace falta que ellos sientan que son amados”. Para don Bosco, forma parte de su experiencia familiar. Jamás abandonaría don Bosco a sus jóvenes aunque le dieran todo el oro del mundo. Y eso aunque muchas veces la presencia de las pequeños se convierte en molestia para los mayores, cuando es preferible organizar la vida personal y familiar en función de las exigencias de los adultos e ignorando las necesidades de los jóvenes, cuando el aborto es una forma más de poder mantener en pie nuestros proyectos, cuando la familia numerosa es una aventura demasiado grande o cuando más de un hijo se le considera como un entrometido o un estorbo para la vida feliz que todos quisiéramos. Cosa de corazón y no sólo de pagas, de cachivaches electrónicos o de “déjame en paz” o “haz lo que quieras que ya eres mayorcito”. Una apuesta interesante.

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