“… Mi buen padre, casi exclusivamente con su sudor, procuraba el sustento a la abuela setuagenaria, con bastantes achaques, a los tres hijos y a dos jornaleros… Debo deciros que mi madre me quería muy bien. Tenía con ella una confianza ilimitada, y sin ella, sin su consentimiento, no habría movido un pie. Ella sabía todo, observaba todo, y me dejaba hacer”. No es difícil leer en estas líneas el preámbulo de alguno de los eslogans de don Bosco: “Pan, trabajo y paraíso” “Trabajo, Trabajo, trabajo”, “Descansaremos en el paraíso” Y a ello se añade la familiaridad, el encuentro, la presencia educativa entre los jóvenes, la “palabra al oído”. Ese “saber, observar, dejar hacer” lo convierte don Bosco en su “más se consigue con una mirada caritativa y con palabras alentadoras, que ensanchan el corazón, que con una lluvia de reproches que inquietan y reprimen su vitalidad”. Todos ellos mensajes válidos en una sociedad donde crece el tiempo de ocio o donde se pasa fácilmente la frontera entre la confianza y el descaro o en la que las cosas no están mal si no te ven o si no te pillan. Apostar por la buena educación, por el respeto solidario, por una ética de la sinceridad y de la coherencia no es fácil. Pero nos estamos jugando el futuro de la nueva ciudadanía. Es el “honrados ciudadanos” de don Bosco.

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