En lo expuesto hasta aquí hemos dirigido la mirada al primer Adviento de la Historia. Completamos nuestra reflexión fijando ahora la atención, siempre de la mano de María, en la espiritualidad de la Navidad. Esto supone descubrir en ella la fuerza y el poder que tiene para hacernos desarrollar los gérmenes de santidad depositados por Dios en nuestros corazones. Espiritualidad de la NavidadEl Adviento nos dice: Dios está en camino, ya llega, preparadle la senda, salid a su encuentro. La Navidad confirma: Dios ha venido. Está aquí. El tiempo se ha convertido en acontecimiento. La Navidad invita a todos a contemplar gozosos el rostro esplendoroso de Dios encarnado en la ternura de un Niño. La Navidad no es un mero recuerdo, es una vivencia, un espíritu, una acogida, una entrega, un reencuentro.La Familia Salesiana de Don Bosco promueve y comparte con los jóvenes una espiritualidad que, a decir verdad, tiene mucho de navideña. Conjuga, en efecto, la entrega en el servicio responsable, la alegría y el optimismo, la comunión eclesial y la amistad con el Señor.La celebración y experiencia religiosa de la Navidad nos pone en contacto con una serie de realidades rebosantes de vigor espiritual. Son factores capaces de transformarnos en auténticos hijos de Dios a quienes Cristo hecho hombre hace partícipes de su propia condición o santidad. Pujanza de la Navidad Os ofrezco a continuación un ramillete de esas riquezas espirituales, auténticos dones divinos capaces de transformarnos en imágenes vivas de Dios, que dan sentido y valor a la celebración siempre nueva de la Navidad. Pueden ser fuentes de inspiración práctica para vivir la Navidad y así convendría leerlos. · Con la Navidad tornan al mundo la alegría, la esperanza y la vida: la alegría de saber que Dios nos ama; la esperanza que genera el hecho de que Dios nos haya hecho hijos en el Hijo, coherederos con Cristo; y la vida que Él nos trae liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. · Dios mismo se ha hecho visible en el rostro de un Niño sencillo y pobre, pero rico en amor a todos. La Navidad requiere que nos dejemos invadir por este pensamiento. “El Hijo de Dios – como decía san Ireneo – se ha hecho hombre para que el hombre, unido al Verbo, pudiera recibir la adopción y llegar a ser hijo de Dios”. Este es el gran regalo de la Navidad que nos devuelve la alegría de la filiación divina, nos da a Jesús como hermano y amigo y nos hace hermanos solidarios con todos. · La Navidad nos incita a renacer y afianzarnos de nuevo en la fe, convencidos de que el hombre y Dios han encontrado en Jesús una auténtica comunión de vida. · La paz en la tierra y la gloria en el cielo, proclamadas por los ángeles, son dos regalos inapreciables que brinda la Navidad como don, compromiso y misión. · La celebración eucarística de la Navidad hace entrar al discípulo de Jesús en el estilo de vida propio de los hijos de Dios dándoles la posibilidad de comportarse como Él, romper con el pecado, practicar la justicia que Él nos trajo, observar los mandatos de Dios, sobre todo el del amor que Él tuvo y tiene a todos. · La aparición de la «gracia de Dios», al tiempo que trae salvación para toda la familia humana, nos enseña y da fuerzas para rechazar lo que no es digno de los hijos de Dios y nos impulsa a vivir con austeridad, justicia y piedad en este mundo. · La vivencia de la Navidad supone, como supuso para María, concebir y engendrar a Cristo en el propio corazón: hacerlo presente con la propia vida. · Como Cristo nació por razón de obediencia al Padre, así también nace cada día en quien lo acoge en actitud de obediente escucha. · Así como Jesús se hace presente en la Navidad como luz que viene a iluminar las tinieblas de este mundo, así también el discípulo asume el compromiso de irradiar la luz propia de los hijos de Dios y madura espiritualmente al tiempo que ilumina a sus hermanos. · El misterio de la Navidad nos revela el amor con que Dios Padre ha amado al mundo, hasta el punto de enviarnos a su propio Hijo. Este amor se manifiesta y se refleja en el amor que ha de reinar en toda familia cristiana. Esta serie de valores portadores de vitalidad espiritual son otros tantos regalos que trae la Navidad para que haciéndolos fructificar en lo ordinario del día a día, logremos compartir con Cristo la plenitud de su santidad, que es la vida propia de los hijos de Dios. Todo lo dicho nos mueve a dar gracias a Dios y bendecir su Nombre, porque ha sido bueno con su tierra. Por eso, deseosos de correr al encuentro con Dios, de la mano de María, podemos exclamar en clima de Adviento: Ven, Señor Jesús, te esperamos dispuestos a acogerte, con María, Madre tuya y Madre nuestra, que nos enseña a decirte con generosidad y alegría: «Sí». Que tu Palabra se haga realidad también en mí.¡Qué el buen Dios nos conceda un Adviento fecundo, preludio vivo de una santa y feliz Navidad!
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