Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida (Sab 11,26) Para mostrar la misericordia sin límites de Dios creador, nuestro autor descubre en Dios otra característica: su universal indulgencia. En el AT el verbo “ser indulgente” es utilizado en la relación exclusiva de Dios con Israel; no connota, pues, universalidad. Aquí la indulgencia de Dios es con toda criatura. Y se anota, además, una razón nueva de esa universal condescendencia divina: el título de propiedad de Dios sobre todo lo creado: Dios quiere todo lo que existe, porque no quiere perder lo que es suyo. Dios es indulgente con lo que le pertenece, mantiene en el ser lo que le es propio; defiende su patrimonio conservándolo con vida. Que Dios conserve su creación tiene, pues, que ver más con Dios que con sus criaturas. No es debilidad, sino afecto; no es su deber, sino su natural proceder; quiere lo que le pertenece y le pertenece porque lo ha hecho. De hecho, y con una formulación muy feliz, el autor considera a Dios señor amigo de la vida. Amo de la casa (despótes) designa, en el libro de la Sabiduría (12,16b; 13,3b.9), la relación soberana de Dios con el mundo, mientras que señor (kyrios) expresaría su relación con el pueblo (12, 2c). Dios domina lo creado mirándolo con amor, el amor es su forma de dominio. La invocación, “señor, amigo de la vida”, atribuida a Dios es, por más atractiva que se nos antoje, una formula bíblica del todo novedosa y algo equívoca. Amigo de la vida (philópsykhos) es el amigo del (buen) vivir, quien está tan apegado a la vida que teme perderla o carece de coraje para arriesgarla. Aquí no es posible sobrentender que Dios estuviera tan a gusto con su vivir como para desinteresarse de la vida de sus creaturas, más bien, todo lo contrario, “pues Dios no ha creado la muerte ni se goza con la ruina de los vivientes; ha creado todo para la existencia, en sus creaturas no hay veneno de muerte” (Sab 1,13-14). Dios es, pues, un amo de las cosas que las quiere vivas; un buen dueño no ama la muerte de lo suyo, sabe que le pertenece y no desea su pérdida. <span class="Estilo2">3. Dios, amigo de la vida y su mejor custodio </span> “Solo el verdadero amor sabe custodiar la vida” (JUAN PABLO II, Evangelium Vitae 97). Y como amar es oficio divino, su más natural ocupación, pues en amar consiste Dios (1 Jn 4,8.16), no hay mayor amigo de la vida, guardián mejor, que el mismo Dios creador. Solo Dios, o quien vive ante él, en su presencia, logran amar la vida – toda vida – y saben defenderla. Nada extraño, pues, que exilar a Dios de nuestro mundo, lo haga más hostil a la vida y menos seguro para los vivientes.
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