El texto citado es parte de una larga meditación en forma de plegaria (Sab 11,2-19,21) que canta la presencia, continua y protectora, de la Sabiduría en la historia de Israel, privilegiando su etapa fundacional, es decir, el éxodo de Egipto (Sab 11,2-14; 12,23-27; 15,18-19,22). Domina la exposición una clara visión de fe, que logra descubrir la presencia eficaz de Dios en sucesos que, a primera vista, la negarían. Y todo ello para individuar las huellas de Dios en lo acontecido y encontrar así un sentido para un presente que no era nada halagüeño para los primeros lectores del libro. El autor – no hay que pasarlo por alto – elabora su reflexión en conversación directa con Dios. Lo que tiene que decir a los suyos sobre Dios, lo dice a Dios ante los suyos. Pocas cosas hacen mayor justicia a Dios que contemplarlo en la vida de sus fieles y expresarlo en diálogo con Él. La mejor forma de hablar de Dios es hablar con Él; el creyente, ayer y hoy, sería mejor si fuera buen orante, puesto que no se puede considerar extraño a quien se le reconoce como compañero de camino. El creyente tiene, pues, ocupaciones – como hablar sobre Dios – que las realiza mejor rezando. Conversando con Dios, el discurso sobre Dios se torna más sincero y comprometido, pues se hace en su presencia; se le dice con confianza y en adoración cuanto se sabe de Él. Hablar de Dios es fehaciente cuando nace de la admiración por su obra, se expresa como abandono en un Dios tan cercano y se propone como defensa apasionada de su actuación. <span class="Estilo2">2.Tres afirmaciones sobre Dios</span> En conversación con Dios – forma eficaz de ‘hacer teología’ – el autor responde a la preocupación de sus lectores. El texto elegido aporta tres enunciados sobre el Dios creador: <span class="Estilo2">2.1 Dios crea porque quiere</span> “Tú, en efecto, amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado” (Sab 11,24). Pocos textos, si alguno, hay en el AT que expresen con mayor énfasis y acierto el amor universal de Dios Creador. Dios sólo puede amar lo que existe. Y la prueba de que lo quiere es, precisamente, que lo haya creado. Es un amor de Quien todo lo puede, no es amor ineficaz o incapaz; es amor de Quien es mayor que el amado, desigual y condescendiente; es amor de Quien quiere primero y sin límite, benevolente y cuidadoso; es amor de Quien ha elegido primero, gratuito e inexplicable. Dios nos ha creado hablando (Gn 1,3.6.9.11.14.20.24). Palabra de Dios son sus hechos: es tan fiel a lo que dice, que lo hace (Gn 1,6.9.11.15.24.30). Todo lo que existe (sean cosas, personas o sucesos) habla de Dios, venga bien o mal, sea repentino o esperado, deseado o temido; porque si no fuera palabra suya, si no lo hubiera querido, no habría alcanzado a existir: “El lo dijo y se hizo todo; él lo mandó, y así fue” (Sal 33,9).Dios aprecia todo cuando ha hecho; mantiene su estima, su afecto, por la obra de sus manos, pues si no la quisiera – si la odiara, dice el texto – no sobreviviría. Dios no es indiferente, ni neutral, ante nada que exista, …¡ni siquiera ante el pecador! El suyo es un amor empeñado en la conservación de lo creado. El Dios que no ha hecho la muerte, no puede alegrarse con la pérdida de los que viven (Sab 1,13).La visión que Dios tiene de su obra no puede ser mejor: es buena de verdad (Gn 1,4.10.12.18.2125.31). Nada hay malo, si pensado, querido, hecho por Dios. ¿Por qué, entonces, no logramos ver el bien que nos rodea, apreciar la vida que nos regala Dios todos los días? ¿A qué se deberá que contemplemos más el mal que el bien, que valoremos lo que nos falta más que lo que ya tenemos? ¿No será que no nos logramos sentir queridos por Dios, sólo por el hecho de haber sido por Él creados?Antes de ser creados – queridos como seres vivientes –, Dios nos imaginó: antes de ser hechos por su Palabra, hemos sido objeto de su conversación más íntima (Gn 1,26); antes de estar ante Él, nos concibió en sí mismo y nos quiso a cada uno semejantes a Él. El hombre creado es icono de Dios, por haber sido motivo de coloquio divino. Icono de Dios (Gn 1,26), la criatura humana es su lugarteniente, quien ocupa su lugar en su nombre y con su autoridad, y quien se preocupa por lo que no es suyo en origen, la creación, sino como encomienda (Gn 1,28-29). Responsabilizarse de cuanto existe es la forma de responder a Dios Creador.Dios dio por finalizada su creación cuando ya no tuvo espacio que llenar de sus bienes (Gn 2,2-3). Mientras haya que superar confusión o implantar el bien, será, pues, tiempo de creación; mientras haya algo que salvar, Dios no ha llegado a su sábado. Hoy Dios sigue creando, no ha cesado de trabajar (Jn 5,17).
No hay Comentarios