El Adviento – palabra proveniente del término latino «adventus»: venida, llegada – es una etapa del año a lo largo de la cual los creyentes encontramos motivo y modo de prepararnos a celebrar el aniversario de la venida al mundo del Dios Amor, encarnado en Jesús, Hijo de María. Se trata de disponerse a acogerlo y a hacernos morada del Redentor que viene a nosotros de diversas maneras y nos abre camino para ir a Él cuando nos llame a compartir juntos su triunfo definitivo y glorioso en la cumbre de los tiempos. Núcleo de la vivencia del Adviento“El término “Adviento” – escribía el entonces Cardenal Josef Ratzinger – no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo”. El sentido de este tiempo de gracia es avivar en nosotros, los creyentes, la conciencia de esta presencia. Actualmente abarca cuatro semanas marcadas por dos orientaciones complementarias. Desde el primer domingo hasta el día 16 de diciembre, sobresale el matiz escatológico, es decir, que mira a la venida del Señor al final de los tiempos. Durante la llamada «Semana Santa» de la Navidad, del 17 al 24 de diciembre, se acentúa más explícitamente la preparación a la venida de Jesucristo en la historia, la Navidad. Con María, la mujer del AdvientoEntre los prototipos del Adviento que destellan con especial resplandor y a cuya luz nos es dado captar el sentido de este tiempo, brilla de manera primordial María, la elegida para ser Madre del Salvador Prometido. Os invito a poner la mirada en Ella, para iluminar el misterio del Adviento y de la Navidad, no tanto por los caminos de una reflexión intelectual, cuanto fijándonos en la experiencia vivida por la Virgen del Adviento.En María es de admirar el inefable amor de madre con que esperó y engendró al Hijo. Su actitud es un incentivo para revivir su esperanza, «vigilantes -como ella- en la oración y jubilosos en la alabanza», saliendo así al encuentro del Salvador que viene. El Adviento se nos presenta, pues, como un tiempo de preparación y pregustación. Entrar en su dinámica de la mano de María supone palpitar al unísono con Ella y hacer nuestra su inefable experiencia, es decir: sentir en lo profundo del ser la alegría por el Don del Verbo que se encarna y la perplejidad que produce un misterio tan inefable, cuya audacia sobrecoge. Medir nuestra pequeñez ante la dignación infinita de Dios y, al mismo tiempo, sentirse exaltados por la condescendencia del Altísimo. Experimentar la necesidad de dar gracias con un corazón rebosante de reconocimiento y, a la par, abandonarse en manos de Dios que piensa y programa para nosotros un don tan grande como la venida de su Hijo. Sentirse confundidos ante tanta dignación e inundados de confianza ante tanta bondad y, desde luego, arder en deseos de salir al encuentro del Señor que viene y abrirle los brazos del alma para acogerlo con alegría, pues se aviene a hacerse hermano y amigo, pequeño con nuestra pequeñez, para exaltarnos con su grandeza.Sin duda, un intento de penetrar en el corazón de María, mujer del Adviento, nos permitiría descubrirla vigilante y atenta desde una fe orante que la hace abierta y disponible para entrar con decisión en los nuevos caminos que Dios le traza. Su corazón pobre y libre la predispone para aspirar al encuentro con el Hijo de Dios y acogerlo con fe y amor. De Ella recibimos un testimonio de alegría, disponibilidad y amable y paciente caridad.A la luz de María podemos entender que Adviento quiere decir: Dios está en camino. Es, por tanto, una invitación a prepararle la senda, a salir a su encuentro con la alegría de saber que “ya llega…”
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