“Apenas había llegado a los dos años, dice don Bosco, cuando mi amado padre, lleno de fuerza, en la flor de la edad, animoso en la tarea de procurar una educación cristiana a su prole, entró incautamente en la bodega subterránea y fría de casa, un día al llegar sudando del trabajo. Días después moría. “Solamente recuerdo, y es el primer hecho de mi vida del que guardo memoria, que todos salían de la habitación donde yacía su cuerpo y yo quería quedarme alli. – “Ven Juan, ven conmigo, – decía mi madre afligida. – “Si no viene papá, no quiero irme. “ – “Pobre hijo mío. Ya no tienes padre”. Cuando dijo esto se echó a llorar, me tomó de la mano y me llevó a otro sitio, mientras yo lloraba porque ella lloraba”. La ingenuidad del niño resalta la importancia del padre. El relato de don Bosco nos acerca, más y más, a una preocupación educativa constante a lo largo de su vida: los jóvenes que no tienen padre, sus huérfanos. Este primer recuerdo de don Bosco, cargado de tristeza y, a la vez de realismo y del cariño de una madre, irá dando paso a su preocupación por convertirse en "el padre para sus jóvenes" que va a marcar decididamente su pedagogía. Los datos están ahí y sabemos de tantos niños y niñas, que por distintos motivos familiares, carecen del afecto y de la cercanía de sus padres: familias desestructuradas, largas ausencias de los padres, niños y niñas confiados al buen quehacer de los sirvientes en casa, espacios reservados para los niños que experimentan la soledad incluso dentro de casa, aunque se intente suplir con el televisor, la consola, el ordenador, el DVD, cuadrafónico y todo… ¿Seremos capaces este año de no convertir a nuestros hijos o a nuestros destinatarios en “huérfanos” del amor del padre o de la madre? ¡Bonita tarea!

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