Es como una intuición, un pálpito interior que aflora en nosotros como una exigencia de nuestra hambre de perfección y de plenitud de las personas y las cosas. De cuantas cosas contemplamos en la vida hay unas que nos gustan, nos satisfacen y agradan y nos deleitamos viéndolas; ya nos encargamos de orillar otras que nos desagradan.Los poetas hablan de la belleza que surge en la quietud de la presencia de las cosas, las personas, la naturaleza. Nace aquella y se arranca cuando contemplamos la infinitud del espacio en una noche clara y nos quedamos anonadados ante su absoluta quietud e inconcebible inmensidad. Cuando estamos ante algo bello, percibimos el brillo de esta esencia interna que sólo se nos revela cuando estamos presentes. Así sucede cuando esa actitud es provocada por el rumor de un arroyo de montaña en el bosque silencioso o ante el sonido de un mirlo al atardecer de un tranquilo día de verano, o en cuanto oímos una melodía que nos atrae y nos cautiva.Nadie está incapacitado para percibir y apreciar la belleza. Todos disponemos de fibras sensibles, capaces de vibrar ante la provocación de una realidad bella, sea ésta una cosa, una idea, un sentimiento, una melodía o la misma persona humana. Sucede que a pesar de poseer gusto estético no lo disfrutamos debidamente.La sorpresa aparece al sentir dentro de nosotros un estado de ánimo desconocido, que nos reanima, entusiasma y provoca la nostalgia de lo perdido o que no hemos disfrutado en la vida. Un estado de ánimo, de euforia que nos estira el alma y con ella la visión de «algo» que es real, que está en las cosas, en las personas y para lo cual hemos estado ciegos, pero ahora nos desconcierta por lo inesperado y gozoso, porque nos habita por dentro y es capaz de cambiar nuestro modo de sentir. Es la admiración contagiosa, la contemplación enriquecedora, la «otra visión» gratuita de la realidad, que se nos ofrece ahí, sin esperarlo como si de pronto ante nuestra sorpresa y aparente vaciedad surgiera seductora…esa dama de honor, ese regalo de los sentidos, el encanto de la visión, del oído y del sentimiento: ¡la belleza!.
Francisco Javier Serna del Campo
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