Dicen que detrás de cada gran hombre siempre hay una gran mujer. Esta frase, normalmente referida para hablar de la esposa de un gran genio, se ha utilizado para versar las cualidades de Mileva Maric, mujer de Albert Einstein; Anne Hathaway, mujer de William Shakespeare; Mary Ann Todd, esposa de Abraham Lincoln; Eva Duarte, esposa de Perón o Coretta Scott, mujer de Martin Luther King. Sin embargo, antes que la pareja, en el desarrollo de cualquier persona, hombre y mujer, hay un elemento clave determinante, una madre.
Podríamos decir que detrás de cada gran persona siempre hay una gran mujer, su madre. Aquella que con su cariño, sus cuidados, su protección y sus preocupaciones hacen de su bebé el adulto que será mañana. Por supuesto, hay muchos factores que influyen, pero la familia, representada en la madre es la primera escuela, la primera catequesis, el primer abrazo… No todo el mundo puede hablar de la experiencia de ser madre, pero sí de la de ser hijo, y todo hijo reconoce la importancia de su madre en su vida. Sin embargo, ser madre no es una tarea fácil, es un camino plagado de obstáculos, jalonado de grandes alegrías pero también lleno de preocupaciones y algún error. Errores, en la mayoría de los casos, perdonables pues nacen del amor y no del egoísmo.
En este mundo occidental en el que vivimos se aboga, cada vez más, por una maternidad responsable y, quizá, como consecuencia de ello estemos asistiendo a la época de la historia donde los embarazos son más tardíos. El aumento de la esperanza de vida, los avances en ciencia y sanidad, las dificultades de un mundo laboral cada día más competitivo hacen que tener un hijo sea una decisión muy estudiada, muchas veces basada en cifras, cifras mareantes del coste de manutención, cuidados y educación de un hijo. Sin embargo, la maternidad en los países del norte, pese a tantas dificultades, es una bendición, una vida nueva que se abre camino, un bebé con un futuro incierto pero con un futuro. Pero ¿qué pasa en África, Asia o Sudamérica?
África, Asia y Sudamérica sostienen la pirámide poblacional mundial. Siguen siendo las poblaciones más jóvenes del planeta, especialmente la africana, y los lugares donde más niños y niñas nacen. Pero ser madre en estos continentes es algo muy distinto a serlo aquí en Europa. La maternidad también es una bendición. Los hijos pese a ser nuevas bocas que alimentar pronto se convertirán en fuerza productiva, son una inversión de futuro, una especie de plan de pensiones para la vejez de unos padres que no disponen de Seguridad Social ni fondos a largo plazo. Pero el camino que ha de recorrer la mujer en estos países para sacar a sus hijos adelante a veces se convierte en su condena, sobre todo si hablamos de madres jóvenes y adolescentes. Esas mismas madres adolescentes -muy pocas- que aquí miraríamos mal, juzgaríamos o trataríamos de buscar una explicación racional a su embarazo basándonos en el entorno familiar o su origen, en África, Sudamérica y Asia son muchas. Los matrimonios precoces, los abusos sexuales, la falta de educación son algunas de sus causas. Sin embargo, allí también pesa el qué dirán y se escucha el “algo habrá hecho” o la versión menos castiza del “se veía venir, siempre ha sido muy ligerita”. Mientras que aquí estas adolescentes y jóvenes, pese a la carga que supone un embarazo a esas edades, recibirán el apoyo necesario por parte de su familia e instituciones para poder seguir con sus estudios, encontrar un trabajo o cuidar a su bebé, en los países en vías de desarrollo habrán de cargar con una condena de por vida, una condena que legarán a sus hijos. Ser madre adolescente en los países empobrecidos del sur conlleva abandonar la escuela, el rechazo de su comunidad, la dificultad para poder compaginar la crianza de un hijo con un trabajo que les permita salir adelante. Y, aún así, no tiran la toalla. Lucharán con todas sus fuerzas por dar a su pequeño una vida digna, la misma que ellas no pudieron tener. Pero la gran mayoría de las veces resulta una quimera, la pobreza y la marginación harán que ese pequeño no pueda ir a la escuela, no pueda siquiera soñar con un futuro. La labor de los misioneros salesianos con las niñas y jóvenes en estos países se realiza en dos vías distintas. En primer lugar, la prevención de los embarazos adolescentes, en segundo el apoyo psicológico, educativo, sanitario y de cuidado del bebé de esas madres jóvenes y adolescentes. Una tarea preciosa en la construcción de un mundo mejor a través de cada nueva vida que se abre camino, una apuesta decidida por la vida porque detrás de estos pequeños también hay una gran mujer.
Lorenzo Herrero
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