Dice el Evangelio (en Mt 4,1-11; Lc 4,1-13; Mc 1,12-13) que Jesús fue tentado al comenzar su misión. Tuvo que evitar el poder, el uso mágico de la religión y el prestigio como falsos caminos.
Pues bien, el papa Francisco dedica los números 76-101 de Evangelii Gaudium a describir las tentaciones de los cristianos a la hora de evangelizar al mundo de hoy. Señala estas seis tentaciones:
Crisis de identidad y caída del fervor
“Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad: individualismo, crisis de identidad y caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí” (EG 78).
Según Francisco, esta tentación puede conducirnos a “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!” (EG 80).
Acedia pastoral
“Acedia” equivale a desidia y pereza. Según el papa, la acedia nos lleva a “escapar de los compromisos”, se manifiesta en “sacerdotes que cuidan obsesivamente su tiempo personal”, produce una “psicología de la tumba” (ya no queda nada que podamos hacer) y “apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón… ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!” (EG 81-83).
Pesimismo estéril
“Conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG 85), en “profetas de calamidades” (expresión de Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II) (EG 84). Dice Francisco que hay mucho desierto espiritual hoy, sí, pero “allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (EG 86).
Individualismo
Se manifiesta en el aislamiento, la tendencia a escapar del compromiso y vida fraterna y comunitaria, no aceptar a los demás como mediación de Cristo, “esconderse y quitarse de encima a los demás”. Según Francisco, en el seno de nuestra comunidad cristiana, debemos “aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad… ¡No nos dejemos robar la comunidad! (cf. EG 87-92).
Mundanidad espiritual
“Se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia; es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos… el cuidado de la apariencia” (EG 93). Se da en dos maneras profundamente emparentadas:
– La fascinación del gnosticismo, fe encerrada en el subjetivismo: el sujeto queda clausurado en su razón o sus sentimientos.
– Neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (EG 94). Los primeros se pasan de avanzados y los segundos de conservadores. Pero ambos se centran en una ideología en vez de en el Evangelio de Jesús. Por eso concluye así: “¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (EG 97). Esta división lleva a la siguiente tentación.
Guerras entre nosotros
“Dentro del Pueblo de Dios… ¡cuántas guerras! Cristianos en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Más que pertenecer a la Iglesia toda, pertenecen a tal grupo que se siente diferente o especial…” (EG 98).
“Me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?” (EG 100). Y de nuevo, la conclusión en positivo: “¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!” (EG 98-101).
Cualquiera que conozca la vida interna de muchas parroquias o plataformas pastorales reconocerá que en este apartado el papa Francisco no se anda por las ramas, sino que da en el clavo en su análisis. Ojalá no pensemos solo en los fallos de los demás, sino ante todo en los propios, para intentar poner remedio.
Jesús Rojano
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