Lo decimos claramente: una Iglesia que no sirve, no sirve para nada. No hablamos de una comunidad de justos, con el consiguiente peligro de fariseísmo o de elitismo. Pero sí de una comunidad en conversión continua, en camino hacia la justicia. Se trata de un proyecto de ética de la responsabilidad. No se trata de cumplir unas normas, sino de responder a una llamada de Dios en los valores: no hablamos sólo de una justicia distributiva, sino de querer y actuar conforme a la auténtica voluntad de Dios: dentro de la Iglesia, a través del servicio mutuo y de la comunicación de los bienes materiales y espirituales. Y fuera en el servicio al mundo, con un espíritu de solidaridad con las alegrías y las esperanzas, con los temores y las tristezas, las incertidumbres y las pobrezas de los jóvenes de hoy. Buscamos el encuentro con Jesús que nos llama en los que tienen hambre y sed, están desnudos o en la cárcel, vienen de lejos y carecen de lo necesario. Es la llamada a dejarnos evangelizar por los pobres y reconocer los signos de la presencia del Reino de Dios, humilde como un grano de mostaza, pero eficaz. Hoy el reto urgente es evangelizar la familia, la iglesia doméstica, donde cuajan los cimientos de la sociedad y de la misma Iglesia. Sólo así la iglesia será levadura en la masa, sal que no pierde el sabor y luz para ver en el camino y encontrarse con Jesucristo, la Verdad y la Vida.
Javier G. Monzón
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