Quizá uno de los rasgos más sobresalientes de nuestro tiempo es que todo guarda relación. Amén de no existir soluciones parciales, cualquier decisión, por personal que parezca, tiene consecuencias a nuestro alrededor. Si estas consideraciones las llevamos al “Año de la Vida Consagrada” que acabamos de concluir, vemos que, en realidad, ha afectado a todas las formas de seguimiento.
El camino más que común es comunicado o felizmente complicado. Estamos, por así decirlo, buscando nuestro sitio, porque las circunstancias son nuevas, el contexto también y cada persona original en este momento histórico.
Cada vez tiene menos fuerza el así éramos o así lo hacíamos. Realidades nuevas, exigen respuestas nuevas que por la fuerza del Espíritu nos atrevemos a formular. Laicos, religiosos y presbíteros estamos en una búsqueda honesta de verdad, y en esa búsqueda nos necesitamos. Unos aportamos y recibimos de los otros, luces y horizontes que nos indican el “por dónde” de nuestra originalidad vocacional. Asumir que nada es como era, no es reducirnos a la insignificancia. Todo lo contrario, es la significación que Dios, en este tiempo, está necesitando.
Se me ocurre que estamos ante un trayecto de fidelidad bien denso. La pérdida de guiones fijos que en otro tiempo nos dieron seguridad, nos lanza a una experiencia de providencia y fe que no estamos seguros de saber afrontar. Es un tiempo de síntesis y libertad que, a pesar de su dureza, nos anuncia tiempos nuevos y posibilidades inéditas.
Necesitamos encontrarnos, cada uno, en la forma de seguimiento para la que hemos sido llamados. En ella se desarrollan todas las posibilidades que duermen en los corazones. La osadía y presencia activa del laicado transformando el rostro de lo creado en el sueño de Dios; la radicalidad, sin glosa, de quienes han recibido la llamada a vivir como exageración de amor, o el cuidado fraterno del Pueblo de Dios, estando en medio como quien sirve, son, sin duda, rasgos complementarios de la misión. Acentos diferentes que se afectan e iluminan, pero no se confunden.
“Una cosa te falta” decía el maestro. Una cosa nos falta: conquistar la libertad de cada vocación.
Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf
Director de la revista Vida Religiosa
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