Gilbert Keith Chesterton atribuía su conversión al catolicismo, entre otros factores, a dos hechos, de los que uno, referido a María, quedaba reflejado así: … un místico católico … escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender. Y el santo, inimitable cura de Ars, Juan Bautista Vianney, escribía, acunado en la nostalgia: “María Inmaculada fue mi primer amor”. Otro Juan Bautista , esta vez Bosco y también en su infancia, sintió que sobre su cabeza se posaba la mano amorosamente acariciadora y firme de la Señora que “el Personaje” de su primer sueño le dejó como Maestra. Y siguió toda su vida sintiendo aquella mano protectora, aquella guía segura, que le alentó y dio calor en todos sus pasos. De la mano de María Don Bosco se unió a Dios en todas las aventuras de su vida. Pero también lo hizo en agradecer a María todo lo que él mismo realizó secundando la voluntad que Dios le iba manifestando a través del tiempo. Pudiera muy bien tomar como suya la traducción que Chesterton daba al verso de la Eneida en el que Virgilio describía la situación desolada de Ulises y los suyos en medio de los mares: Maria undique et undique coelum (Aguas por todas partes y por doquier el cielo). Para Chesterton era: María por doquier y en todas partes cielo. Y Don Bosco, respiraba de esa misma presencia el impulso que necesitó para quemar su vida, como incienso, en el suave olor de su entrega a sus hijos. Del Magnificat de María hizo su propio programa, su profesión de esperanza absoluta en Dios. Dios, el único bien. Dios, la fuente de su inalterable alegría por tenerle como Salvador en la persona del Hijo. Dios, el Padre que escogió su pobre persona para realizar obras grandes en su Iglesia. Dios, la fuente e inspiración de la gloriosa estela que el nombre de Don Bosco ha abierto en la historia. Dios, el Providente que descabalga a los que se lanzan por la vida sin atender a los humildes peatones. Dios, el que toma a sus hijos más desposeídos para hacerlos dueños de su Reino. La pobreza es la condición de los que escogen a Dios. O Dios o el dinero, enseñó Jesús. Y Don Bosco quiso ser – y lo fue – rico sólo de Dios. Su pobre madre Margarita, como María, como Dios mismo se encontraron siempre a gusto en su casa, porque él había preferido de verdad que fuese toda y siempre casa de Dios. Tal vez fue esa la causa de que recibiese la noticia de las apariciones de la Virgen en La Salette y en Lourdes con tanto placer y la comunicase con entusiasmo a sus muchachos en las buenas noches, en las celebraciones de las fiestas del Oratorio, en sus Lecturas Católicas. Ya en 1846, el 8 de Diciembre, en la primera celebración de la fiesta de la Inmaculada en el Oratorio, creció la alegría por la fama de las apariciones de la Virgen en La Salette. Y el biógrafo dice que Don Bosco tuvo como “preferido este hecho y volvió sobre él cien veces”. ¿Y nosotros? ¿Somos de esa estirpe de acogedores de María en “nuestra casa”, en nuestra vida? ¿Sentimos que nos hace jóvenes, porque dejamos que nos haga hijos con su presencia? ¿Está presente en nuestro pensamiento, en nuestra oración de cada día? ¿Apoyamos y nos adherimos a las manifestaciones sencillas del pueblo creyente? ¿Mantenemos las devociones de siempre como una muestra de nuestro cariño personal, familiar, colectivo hacia ella?
Alberto García Verdugo
No hay Comentarios