La Religión no es un problemaAsí ha dicho el Papa Benedicto XVI el viernes 17 de septiembre de 2010 en el parlamento británico. En ese espléndido Westminster Hall fue juzgado y condenado a muerte el canciller Santo Tomás Moro por mantenerse fiel a su conciencia, frente a las pretensiones del rey Enrique VIII Tudor. Partiendo de esa gran figura, el Papa ha querido reflexionar sobre el lugar apropiado de las creencias religiosas en el proceso político. Tiene razón al afirmar que la estabilidad social y política se consigue si hay un equilibrio entre las legítimas reivindicaciones del gobierno y los derechos de los ciudadanos. La grandeza de una democracia se manifiesta cuando valora la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto por el papel de la ley, los derechos y deberes individuales, y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La Doctrina Social de la Iglesia comparte esta perspectiva, al subrayar la dignidad única de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, así como el deber de la autoridad civil de promover el bien común. Según el Papa «si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia». La reciente crisis financiera demuestra que los complejos problemas sociales y éticos no se solucionan con medidas pragmáticas y a corto plazo. La falta de una ética sólida ha agravado las dificultades que afectan a millones de personas en todo el mundo. Pues bien, al igual que las medidas económicas, también las decisiones políticas tienen consecuencias de carácter moral. Ahora bien, las normas justas de gobierno pueden ser descubiertas por la razón. El papel de la religión no consiste en proporcionar esas normas o en proponer soluciones políticas concretas, sino en ayudar a purificar e iluminar la razón para que descubra los principios morales objetivos. De nuevo ha repetido el Papa que «el mundo de la razón y el mundo de la fe -el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas- necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización». Así pues, «la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional». Lamenta el Papa que, en nombre de la tolerancia, se pretenda marginar a la religión, suprimir las fiestas cristianas como la Navidad u obligar a los profesionales cristianos a obrar contra su conciencia. «Éstos son signos preocupantes de un fracaso en el aprecio no sólo de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública». Evidentemente estas reflexiones sobre la religión y la ética política pueden y deben referirse a todos los países que dicen apostar por los ideales democráticos.
José-Román Flecha Andrés
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