La discusión en torno a algunas afirmaciones del papa Francisco en la Exhortación apostólica Amoris Laetitia no cesa. A los ‘rígidos’ les cuesta admitir que el Papa ponga en cuestión el trato habitualmente dado a los cónyuges que se encuentran en una situación que no responde adecuadamente a las normas establecidas.
Francisco ha manifestado con rotundidad que el hecho de subrayar la importancia de la misericordia, la compasión, la comprensión y el perdón, al plantear la espinosa cuestión de las situaciones ‘irregulares’ en la vida matrimonial, no supone renunciar a la decidida propuesta del ideal pleno del matrimonio, sino todo lo contrario. Los principios deben ser formulados y defendidos con toda claridad, pero se puede ignorar la radicalidad del Evangelio de Jesús, que es modelo de misericordia.
También esto debe quedar claro: «La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponer el ideal pleno del matrimonio, serían una falta a la fidelidad del Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. La comprensión de las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano» (AL 307).
Sin embargo, con la mano en el corazón manifiesta con suma claridad sus sentimientos: «Sin disminuir el valor del ideal evangélico, es necesario acompañar con misericordia y paciencia las etapas de crecimiento de las personas a lo largo del camino, dejando espacio a la misericordia del Señor, que nos estimula a hacer todo el bien posible» (308).
A la vez, muestra su comprensión por quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero, según él, este criterio no es evangélico, y no podemos caer en esta tentación. «Los pastores de la Iglesia, al proponer a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, deben fomentar que los más débiles sean tratados con compasión, evitando agravar las situaciones y emitir juicios demasiado duros o impacientes. El mismo Evangelio nos exige que no juzguemos ni condenemos».
Y expone un motivo convincente: «Jesús quiere una Iglesia atenta a la bondad que el Espíritu siembra en medio de la debilidad humana: una Madre que, a la vez que transmite claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino» (308). Y añade: «La Iglesia sabe bien que el mismo Jesús se presenta como el Pastor de las cien ovejas, no de las noventa y nueve. ¡Todas son objeto de su amor! A partir de esta realidad será posible que a todos, creyentes y alejados, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está presente en medio de nosotros» (309).
Pie de foto: El papa Francisco saluda a una familia.
Francesc Riu
Misionero de la misericordia, Barcelona
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