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Espiritualidad de la familia cristiana

Espiritualidad de la familia cristiana

1 septiembre, 2014 Boletín Salesiano 0 9864

“La vocación universal a la santidad está dirigida también a los cónyuges y padres cristianos. Para ellos está especificada por el sacramento celebrado y traducida concretamente en las realidades propias de la existencia conyugal y familiar. De ahí nacen la gracia y la exigencia de una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y familiar”.

 

JUAN PABLO II, Exhortación apostólica sobre la familia, 56 (1981).

 

En la Iglesia ha existido siempre la espiritualidad conyugal y familiar, y siempre se ha puesto de relieve la vida espiritual de los esposos y de la familia cristiana. No faltan tampoco en la historia de la Iglesia experiencias positivas de esta vivencia espiritual. Sin embargo, aún hoy se perciben ciertas ambigüedades que manifiestan que no existe una clara comprensión de la espiritualidad conyugal y familiar.

En la vida cristiana, la espiritualidad del matrimonio y de la familia ha estado fuertemente condicionada por la concepción de la sexualidad, de la mujer, y del mismo matrimonio. La concepción pesimista de la sexualidad, la falta de aprecio por las realidades terrenas, en particular, del matrimonio, la condición de inferioridad en que durante siglos ha estado la mujer, la lamentable situación de minoría de edad en que se ha mantenido al laicado, y la comprensión de la perfección cristiana desde el modelo de la vida monástica y religiosa, influyen en la presentación de una espiritualidad conyugal y familiar, alejada y distante del verdadero significado del matrimonio cristiano.

Fundamento de la espiritualidad familiar

En el centro de la espiritualidad está Dios. La espiritualidad cristiana significa una vida consciente bajo la acción de Dios, que llama en Jesucristo a seguirle. El seguimiento de Jesús marca toda la vida espiritual de los creyentes.

El seguimiento se vive en la vida cotidiana, también en la vida conyugal y familiar. El don del Espíritu, presente en el sacramento del matrimonio, ofrece a los esposos y a la familia el camino a través del cual, hombre y mujer, unidos sacramentalmente, crecen juntos en la fe, en la esperanza y en la caridad y testimonian en su vida el amor salvador de Cristo.

La espiritualidad conyugal-familiar tiene sus raíces en el sacramento del matrimonio, que la alimenta permanentemente. Cristo bendice el amor de los esposos, sale a su encuentro por medio del sacramento del matrimonio y permanece con ellos para que, con su mutua entrega, se amen fielmente, como Él mismo amó a su Iglesia y se entregó por ella. Realmente, el sacramento del matrimonio une profunda e indisolublemente a los esposos. Son el uno para el otro y para los hijos, testigos del amor de Dios y de la salvación.

Espiritualidad arraigada en Cristo

Si en la base de la familia está el matrimonio, signo visible del amor con el que Cristo ama a la Iglesia, la espiritualidad conyugal-familiar es una espiritualidad cristocéntrica. La experiencia fundamental que guía a los esposos en la vida espiritual es el descubrimiento de que cada uno de ellos es miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Contemplando la propia identidad, el esposo y la esposa proclaman lo que realmente constituye el fundamento último de su vida matrimonial: para mí, tú eres Cristo. Fieles a su identidad cristiana, los esposos se convierten el uno para el otro en el Cristo que anuncia la buena nueva en el ámbito de la estructura familiar, como un evangelio viviente que, partiendo de los avatares de la vida cotidiana, ilumina, conforta y ayuda a proyectar el futuro. De aquí, la necesidad de que los esposos alimenten su espiritualidad confrontándose directamente, y también como pareja, con la palabra de Dios.

 

Espiritualidad en pareja

El sacramento confiere a la familia una espiritualidad propia: una espiritualidad en pareja. Este aspecto es el que mejor define la nueva condición cristiana de los esposos. No excluye cuanto es común a la espiritualidad cristiana. Pero lleva también a realizar el itinerario espiritual en pareja y junto a los hijos, fruto del mutuo amor. Se trata de vivir y significar en la experiencia familiar, el amor de Cristo a su Iglesia a través de la donación mutua, el amor fecundo, la fidelidad creciente.

Aunque no anula la propia experiencia de la fe y cada uno vive el seguimiento de Jesús con responsabilidad personal, subraya que a partir del matrimonio las cosas ya no son iguales: ambas vidas se han unido en Cristo y nace una nueva realidad. Cada miembro de la familia es camino y cauce de gracia y de salvación para el otro. Han de testimoniar juntos el amor, la unidad, la fidelidad mutua, y juntos han de construirlo.

La caridad conyugal centro de la espiritualidad

La espiritualidad familiar encuentra su verdadero centro en la caridad. En cuanto sacramento, el matrimonio es signo de la vida en el Espíritu y de la caridad. La caridad conyugal especifica al matrimonio en relación con los demás sacramentos: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia” (Ef 5,25-26).

Lo más propio del amor conyugal es su carácter de totalidad. Implica la entrega recíproca de los cónyuges; no sólo la donación espiritual y afectiva, sino también corporal. Es decir, comporta la entrega del cuerpo, como expresión de toda la persona. La comunión y entrega de los cónyuges está determinada por su totalidad; se expresa en el cuerpo y a través del cuerpo, en “el acto conyugal, signo y fruto de la total donación recíproca”. De este modo, llegan a ser “una sola carne”. En este sentido, la espiritualidad de los esposos ha de integrar también la sexualidad conyugal. En la vida matrimonial, la sexualidad no es sólo un elemento unitivo y fecundo. Es, además, un factor decisivo en el desarrollo del amor, de la armonía y de la realización personal.

Una espiritualidad laical

La familia vive la vocación a la santidad desde su propia condición laical, que representa el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios a vivir la perfección de la caridad. No han sido llamados a abandonar el mundo, sino a “buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios”. De manera que la espiritualidad conyugal-familiar se expresa, por su condición laical, en la inserción en las realidades temporales y en la participación en las actividades terrenas.

Por ello, ni la atención a la familia, ni los otros deberes seculares son algo ajeno a la orientación espiritual de la vida. Al contrario, los esposos han de santificarse en la vida social y profesional, así como en las actividades y preocupaciones propias de su estado. Han de considerar las actividades cotidianas como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad. No se casan para separarse del mundo sino para, viviendo en el mundo, ordenarlo según el plan de Dios. El mundo es, pues, el ámbito donde la familia desarrolla el seguimiento de Jesús: casa, trabajo, ocio, quehacer educativo, compromiso cívico-social, integran de forma irrenunciable la espiritualidad conyugal-familiar.

Espiritualidad comprometida y solidaria

La espiritualidad familiar tiene que enfrentarse también con la interpelación social. Nunca la espiritualidad cristiana es desencarnada; necesariamente lleva al compromiso. Y el compromiso familiar es compromiso con la Iglesia (catequesis, liturgia, pastoral, instituciones eclesiales) y compromiso con la sociedad (barrio, escuela, instituciones vecinales, asociaciones ciudadanas); pero, especialmente en un mundo bajo el signo de la globalización, se orienta hacia la vida, la justicia y la solidaridad. La espiritualidad solidaria sitúa el compartir en el centro de la vida espiritual de la familia, y tiene como horizonte las palabras de Jesús: “cuanto hicisteis a estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

En el fondo, se trata de una espiritualidad que pone en práctica el mandamiento del amor y que es capaz de testimoniarlo en la vida cotidiana, en la convicción de que “la caridad va más allá de los propios hermanos en la fe, ya que cada hombre es mi hermano; en cada uno, sobre todo si es pobre, débil, si sufre o es tratado injustamente, la caridad sabe descubrir el rostro de Cristo y un hermano a amar y servir” (Juan Pablo II).

 

Eugenio Alburquerque Frutos

 

 

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