Dios domina la mente de Don Bosco como un sol meridiano. Y él contempla a Dios, ante todo, como Creador y Señor, principio y razón de ser de todo. Y este Dios, Señor y Creador, es precisamente para Don Bosco, el Dios del amor y de la misericordia. Por ello asegura: “No podemos dirigir nuestra mirada a ningún lugar sin que sintamos los beneficios de Dios. El aire que respiramos, el sol que nos ilumina, los elementos que nos sustentan, el fuego, el agua, que nos sirven para tantos usos, los animales domésticos, cuanto vemos de bello, precioso o magnífico por todas partes, demuestra la bondad y misericordia divina” (Ejercicio de devoción a la Misericordia de Dios).
Don Bosco destaca especialmente que Dios, Creador y Señor, es Padre providente y misericordioso. Es, como suele decir con frecuencia “nuestro padre piadoso que está en los cielos”. Es el Padre misericordioso, que desea ardientemente aplicar su misericordia a todos, también a los pecadores; el Padre que nos asegura que, cuando un pecador vuelve a Dios, es mayor motivo de fiesta en el cielo que cuando noventa y nueve justos marchan por el camino de la justicia. En realidad, el acento que Don Bosco marca en la palabra Padre, expresa su propia devoción filial, el reconocimiento de lo que Dios es para el hombre y la protesta humilde de lo que Don Bosco quiere ser ante Dios; y manifiesta además la certeza de que Dios Padre no abandonará nunca a sus hijos.
Conviene observar que cuando Don Bosco habla de la misericordia de Dios no alude simplemente a un atributo divino. En un clima polémico entre jansenistas y antijansenistas, la misericordia de Dios no se libraba de tales polémicas, al entenderla a veces en relación a las cuestiones más debatidas sobre la predestinación o la acción divina permanente en la conservación de las creaturas. Pero Don Bosco no va por ese camino. Su preocupación está, sobre todo, en suscitar el sentido religioso y la confianza en Dios.
De la mano sabia de don Cafasso, bajo el influjo de la figura y la doctrina de san Alfonso María de Ligorio, en los años del Convictorio eclesiástico, llega a la visión madura del Dios del amor y la benignidad. En efecto, los teólogos Guala y Cafasso, enseñaban en la residencia sacerdotal la teología moral de san Alfonso, proponiendo una postura equilibrada que tendía a superar todo rigorismo. En este ambiente, el joven sacerdote Juan Bosco llega a la convicción de que el camino para llevar las almas a Dios no es el del rigor sino el de la benignidad y la misericordia. Y llega también a la imagen de Dios que va a resplandecer de manera luminosa en su vida espiritual y en su acción educativa.
Fruto de esta arraigada convicción es su obra Ejercicio de la Misericordia de Dios. En Dios todo es misericordia y continuamente “da pruebas de su bondad a todos indistintamente”. Toda la tierra está llena de la divina misericordia. Se manifiesta espléndidamente en la creación y la encarna, sobre todo, Jesucristo en su vida, pasión y muerte.
Eugenio Alburquerque Frutos
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