Hace poco, pregunté a un grupo de universitarios a los que doy clase sobre el estado de la fe cristiana en la gente de su generación y sobre sus dificultades principales para creer. En la revista Misión Joven (www.misionjoven.org) de enero de 2013 puede verse lo que contestaron. Una chica de ese grupo decía lo siguiente: “Es mejor una duda honrada que una fe rutinaria: una duda honrada origina más fe que la mitad de las creencias”. Creo que ella, con la expresión duda honrada, quería referirse a las personas que no están en la fe, pero sí tienen un deseo sincero de hacerse preguntas, de abrirse a la búsqueda de la verdad y del sentido de la vida. Precisamente el Sínodo de Obispos del pasado mes de octubre de 2012 constataba en una de sus propuestas que “los jóvenes están en el proceso de búsqueda de la verdad y del sentido de la vida que Jesús, que es la Verdad, y su amigo, puede proporcionar (Propuesta 51 del Sínodo). Esta situación de “duda honrada” equivale a “encontrarse en búsqueda”. Un sociólogo francés, Michel Maffesoli, dice que hoy abundan las personas que son peregrinos en busca del sentido de la vida, incluso nómadas de dicho sentido, porque van de acá para allá buscando Algo (¿o Alguien?) que les llene. En la carta Porta fidei (PF), mediante la cual el entonces papa Benedicto XVI convocaba el Año de la Fe, se leen unos párrafos que se refieren a estos buscadores: “Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente” (PF 2). Y añade lo siguiente: “No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aun no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios” (PF 10). Estas personas buscadoras necesitan encontrar pistas y testimonios honrados y creíbles que les hablen con el ejemplo del Dios anunciado en y por Jesucristo. También precisan de personas dispuestas a dialogar con dulzura y respeto, como pide a los cristianos la Primera carta de san Pedro, sobre esas preguntas y búsquedas. Así pues, para descubrir la fe, es fundamental que la persona hoy “llegue al fondo de sí mismo, al manantial del que brota el arroyo de su vida, al corazón, sede de sus decisiones y deseos, y descubra, reconozca, realice: todas mis fuentes están en ti; tu luz nos hace ver la luz” (Juan de Dios Martín Velasco). Tampoco podemos olvidar que esas búsquedas son muy personales. Cada persona somos un misterio, y en este campo más. Ya lo decía con unos versos preciosos, hace muchos años, el poeta zamorano León Felipe (1884-1966):Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen Dios.Hay que tener paciencia con esos procesos. Un gran santo del siglo XX, Charles de Foucauld, recuerda que, tras su conversión, “yo, que tanto había dudado, no lo creí todo en un día”. El apóstol Pedro no fue siempre el del final: recordemos su tortuoso y lento itinerario, negaciones incluidas, hacia la plena conversión. ¿Cuántos santos y santas han comenzado también con dudas y titubeos su camino de fe? Es el caso de san Pablo, de san Agustín, de san Francisco de Asís. También ellos fueron buscadores y encontraron cristianos que respondieron con cariño a sus preguntas y les acompañaron en su camino.
Jesús Rojano
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