Cuando llega el verano todo parece reclamar un cambio de ritmo, los horarios habituales se rompen, las rutinas se alteran y hasta parece que el espíritu se dispone a gustar las cosas de otro modo. Nuestra espiritualidad salesiana nos invita a saborear lo cotidiano, lo sencillo, como lugar de encuentro con el Señor… El verano es una época preciosa con mil oportunidades para sentir la presencia y la acción de Dios.
Así como el sol broncea nuestra piel sin que tengamos que hacer esfuerzo para ello sino simplemente exponernos a sus rayos, así me gusta imaginar la acción del Espíritu en mí. Él trabaja en nuestro interior sin que nosotros tengamos que hacer mucho más que exponernos a su luz y su calor. Eso sí, nunca nos broncearemos quedándonos en el sillón, hay que salir fuera y disfrutar.
Es el verano una ocasión para dejar hacer a Dios, nuestro “sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78b). Dejarle hacer en nuestras vidas. Y así, mientras sentimos el sol que nos caldea, experimentar también su acción en nuestra vida y repetir con abandono como dice la canción.
“Dejarme hacer es cuanto pides de mí.
Dejarme hacer de nuevo por ti.
Dejarme hacer en tus manos, Señor”.
¿Qué hacen acaso en cada Eucaristía el pan y el vino sino simplemente dejarse hacer, dejarse transformarse en el cuerpo y sangre del Señor, pan de vida y bebida de salvación?
Un buen plan para el verano: ¡A tomar el sol… el resto lo hace Él! Hasta poder afirmar con Santa Teresa: “Me nace un sol por dentro”. Es más… ¿Y si compartimos en familia, entre amigos… ese sol que este verano nos está naciendo por dentro?
Paloma Redondo, fma
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